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viernes, 8 de marzo de 2013

LA DESERCIÓN ESCOLAR EN MICHOACÁN. 



“Si a cada generación en nuestro país, nacidos año con año entre 1988 y 2002, la visualizamos como un salón de clase con cien lugares, para el primer día de primaria no estarán presentes dos de cada cien niños (INEE, 2009). Ya hacia el último día de la escolaridad obligatoria, en tercero de secundaria, están fuera de la escuela o en rezago 38 adolescentes de esa misma generación. Apenas cruzando el verano, cuarenta o cincuenta días después, sólo 46 de los 62 posibles estudiantes estarán efectivamente cursando el bachillerato o la educación profesional técnica. Sólo 25 de ellos cerrarán adecuadamente ese ciclo; apenas 13 concluirán una licenciatura en tiempo y forma, y sólo dos o tres continuarán hacia un posgrado”. (Informe “Contra la Pared” Asociación Mexicanos Primero 2009).




La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos indica en su artículo tercero que la educación es un derecho de los ciudadanos y que es responsabilidad del Estado impartirla de manera universal, gratuita y laica. Desafortunadamente esto no pasa como debiera ser; en la actualidad como en años anteriores (no hablamos de unos 5-6 años estamos hablando de décadas) existe una gran problemática que hemos venido arrastrando en el ámbito educativo, la deserción escolar, ésta es un gran problema que se da en todo el territorio nacional, como en todo el mundo; se de por cuestiones económicas, sociales, familiares e inclusive por negación al aprendizaje.


 La entidad ocupa el quinto lugar entre las entidades con las tasas de deserción escolar más altas en México: se estima que 16 de cada 100 alumnos inscritos abandonan sus estudios entre un ciclo y otro. La deserción es mayor en hombres que en mujeres, en todo el país, y un factor determinante de ese punto en nuestro Estado es la alta migración que registra.

En cuanto a educación media superior, otro dato preocupante es que nuestro Estado, junto con Guerrero y Guanajuato, está clasificado como entidad de muy baja cobertura, toda vez que sólo cuatro de 10 jóvenes, de 15 a 17 años, se encuentran inscritos en ese nivel académico.

Alarma que, del total de jóvenes que terminaron la educación básica, los que tienen proporcionalmente menores niveles de asistencia a la educación media superior son aquellos de mayor edad, los que pertenecen a los estratos socioeconómicos más desfavorecidos, los que viven en localidades rurales y, en hogares indígenas.

Las tasas de deserción más altas se registran en Distrito Federal (23 por ciento), Sonora (22.5 por ciento), Nuevo León (21 por ciento), Coahuila (19 por ciento), Michoacán (19.6 por ciento) y Morelos (19 por ciento).


La realidad apremia. La deserción escolar va de la mano de un sistema que no contempla ofrecer igualdad de oportunidades. El pobre deja su escuela para ir a trabajar, ayudar en el sustento del hogar como lo señaló recientemente el periódico El Universal: “El estudio de la OCDE señala que el entorno socioeconómico bajo, las circunstancias personales o sociales y de injusticia, “provoca el fracaso escolar cuya manifestación más visible es la deserción”.
No niego que también existen casos en que el alumno deja el aula por motivos no tan halagadores, pero son los mínimos, así como también por alguna discapacidad que impida el libre acceso al proceso de enseñanza-aprendizaje.
México se ha caracterizado desde la época de los viajes de Humboldt por ser un país marcado por las desigualdades, sobre todo en los estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Contrario a lo que se supondría, la educación cede lugar al contexto en el que está, en lugar de proponer cambios en la sociedad, se deja avasallar por la sufrida miseria que avasalla a más de la mitad de la población de la nación. “Los alumnos que viven en familias y entornos desfavorables suelen asistir a escuelas con carencias importantes. Las desventajas del hogar frecuentemente se ven reforzadas por las de la escuela, en lugar de ser contrarrestadas por ésta” (INEE 2006).
Otro de los factores que incrementan el abandono escolar es la nula capacidad de atracción por parte de los planes y programas hacia la cotidianeidad de los adolescentes hijos de la posmodernidad. Los docentes continúan con prácticas pedagógicas obsoletas que están muy distantes de la vida diaria de cualquier joven influenciado los medios de comunicación. Le llama más la atención al alumno la vía que ofrece la televisión o la calle. La escuela está veinte o treinta años atrás en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación.
El sector de la población que más ha resentido la deserción escolar es el área de la educación indígena, le sigue la rural y por último la urbana
Dentro de las causas internas que motivan la deserción escolar tenemos como muestra estadística el descontento de los alumnos hacia la preparación de sus profesores; que existen prácticas pedagógicas obsoletas que no son atractivas para el adolescente, así como la toma de clases en un contexto de aburrimiento, en donde el docente no innova, no promueve la creatividad, eso influyen para que el alumno decida otros placeres quizá más momentáneos pero más inmediatos. El profesor no planea sus actividades y el alumno decide retirarse del aula.
Tenemos pues que la causa principal de la deserción escolar tiene mucho que ver con la desigualdad que prevalece en nuestro país. Otro de los factores, quizá menores, consiste en la subjetividad propia del adolescente mexicano que no encuentra la suficiente motivación dentro de su contexto para continuar  con sus estudios. En el contexto en que vive quizá ser un científico, matemático, profesor, médico, no esté tan preciado y valorado como sí lo es ser un líder en la delincuencia, o simplemente llevar la vida sin complicaciones abstractas.
La realidad de la deserción escolar apremia. Como país miembro de la OCDE hemos quedado en el segundo lugar en el rubro de desatención a los desertores. La política del gobierno ha propuesto incentivar la instancia del adolescente en la institución educativa por medio de reforzamientos como el dinero o una beca para contrarrestar la idea ya generalizada de que la educación no está garantizando la movilidad social y por ende no está garantizando un trabajo que esté bien remunerado.
Estudiar es un valor desdeñado tanto por los medios de comunicación como por los mismos docentes. El profesor llega al aula como comúnmente se dice “arrastrando la cobija y ensuciando el apellido”. Ha perdido la mística de ser-docente, se ha perdido en el laberinto lleno de cortapisas que el Sindicato le ha “brindado”.
Mientras la educación en México no cambie, mientras la educación en México no asuma su responsabilidad de ser un instrumento para despertar conciencias, todo va a seguir igual o peor. Recientemente hemos sido testigos de una pequeña voz que clama en el desierto: el movimiento Yo Soy 132 que surge de las filas del sector de la juventud que tiene acceso a la educación; pero ¿ y los otros? ¿y los demás? ¿Quién habla por ellos?

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